Hace unos días, como
cada vez que sucede que tengo correo de la Nobel, leí la carta que Marienca (a
quien espero que no le moleste que la nombre en la mía) nos envió con la reseña
sobre el libro que Rafa eligió para ella y nos vino a decir, entre otras muchas
otras cosas bonitas sobre la Nobel y sobre su experiencia en el confinamiento,
algo en lo que coincido plenamente con ella: Rafa te elige un libro y siempre
acierta, con ese radar librero que cada vez atina más y falla menos…
Creo, desde hace mucho
tiempo, en la empatía, y quería empezar esta reseña diciendo que empaticé con
la tuya, con tu reseña, y, sin conocerte, Marienca, empaticé también contigo.
Son esas sinergias de las que hablabas, las cartas y estos correos que nos unen
sin habernos visto, o que nos ayudan a conocernos cada día más, creando lazos
invisibles, esta vez, a través de un sinfín de palabras que pululan por la red
y nos permiten conocer muchas historias, no solo las que están escritas en los
libros de los que hablamos, sino las de quienes poquito a poco estamos de paso
por la Nobel, con mayor o menor recurrencia, dejando una parte de nuestra
esencia en el brillo de esas estanterías…formando parte de una especie de
“familia Nobelera”.
Y digo todo esto antes
de empezar a hablar de “Un amor cualquiera”, de la escritora estadounidense
Jane Smiley, porque este libro también, o sobre todo, habla de familia…esta
vez, de esa que no elegimos, como suelen decir por ahí, porque es la carnal…Una
familia no demasiado típica, diría yo, aunque…¿quiénes podrían decir que la
suya lo es? Las marcas de ejemplaridad de una familia se ven más en la imagen
que esta proyecta al resto del mundo que en las que existen entre quienes la
conforman. Una cosa es lo que somos, y otra lo que de nosotros el resto ve, o
cree que ve…Pero en el fondo todos y todas sabemos que no existe la familia
perfecta, o que la familia más perfecta es aquella que está plagada de
imperfecciones, o incluso de alguna traición, y a pesar de todo, los lazos
permanecen ahí, aun cuando la distancia física está marcando a una madre como
Rachel, que tras muchos años vuelve a encontrarse en su casa con sus tres
hijos: Michael, Joe y Ellen. Justo ahora que son mayores, y que ese reencuentro
podría significar más para ella un conocimiento nuevo sobre cómo piensan, viven
y sienten cada uno de ellos, o en qué se han convertido en su ausencia, que
simplemente el regreso de unos hijos a casa…
Pero esta novelita que
se lee en dos ratillos y medio es también el descubrimiento de su ex, Pat, a
quien creía que conocía bien y que aparece en la historia siempre desde los
recuerdos sorprendiendo mucho más si cabe como padre que como marido. Aquí
también vemos la historia de una separación, de un divorcio que cambia el rumbo
de esta familia para siempre…
Hablaba yo al principio
de que la familia perfecta no existe…A menudo las obligaciones familiares las marcan
los actos cotidianos que realizamos junto a nuestros seres queridos, junto a
los de nuestra sangre, y que van desde acudir a eventos juntos, celebrar los
cumpleaños o simplemente, tomar un desayuno mientras el día termina de llegar.
En “Un amor cualquiera” asistimos como si fuéramos los vecinos de al lado,
escondidos tras los visillos de la ventana, sin que nadie perciba nuestra
presencia, a charlas reveladoras entre madre e hijos en torno a una mesa y
conversaciones espontáneas con olor a café, o al humo de esos puritos atados
con un hilo rojo que ahora fuma uno de los hermanos gemelos, tras su regreso de
la India. Con la diferencia de que nosotros, lectores y lectoras, aparte de
vecinos “cotillas” sí escuchamos qué se cuenta esa familia ahora, y sí
conocemos conforme nos acercamos al final, todos esos secretos que tanto la
madre como los hijos han tenido a bien ocultarse durante tantos años…a pesar de
haber estado escribiéndose cartas de vez en cuando. Secretos y miserias como
las de una familia cualquiera…
Y en un lugar destacado
dentro de la narración, el encuentro fraternal de los dos gemelos, Michael y Joe,
que, también después de mucho tiempo separados, restablecen esa conexión de
antaño tan inexplicable, tan…¿mágica?...que parecen tener los seres que nacen
casi al mismo tiempo, que son prácticamente iguales para la mayoría, pero que
una madre siempre distingue a la primera…
Esta historia está
escrita con naturalidad, sin demasiadas descripciones ornamentales, pero sí las
necesarias para que advirtamos que la genética es un factor más, pero no
determina demasiado que por ejemplo estos gemelos tengan que comportarse necesariamente
de la misma forma…¿A quién no le ha molestado alguna vez que lo comparen con su
hermano o hermana? En este caso si hay algo que podemos observar en ellos,
aparte de una extraordinaria complicidad, es la diferente personalidad de cada
uno, como si hubieran burlado las leyes de Mendel a pesar de todo…
A través de las reflexiones
de Rachel, en un tiempo narrativo presente, fresco y dinámico, con diálogos
directos y sin pretensión de grandilocuencia, vamos desgajando cada una de las
historias que componen las vidas particulares de los miembros de esta familia
en situaciones tan cotidianas como un pícnic que los acerca un poco más en
apenas tres días de convivencia.
Esta es la historia de
“Un amor cualquiera”, que en realidad nos demuestra que en todas las historias
de amor, por diferentes que sean a la nuestra, al final existe un deseo común
que suele ser siempre alcanzar esa añorada felicidad de la que nos han hablado
tanto desde pequeños. Aunque ello suponga abandonar el nido familiar, para
tarde o temprano terminar regresando a casa, y comprobar que los olores, los
sabores, las luces y las sombras siguen siendo los mismos, a pesar de lo que el
tiempo haya hecho en cada uno de nosotros y a pesar de nuestros cambios.
Me encantan tus palabras y cómo nos cuentas tú interpretación... Me recuerdas a los programas de paginados, etc. Después de que has hecho el efecto deseado de leerlo, por lo importante de la familia en nuestras vidas... ¿Tiene la letra grande? Besos miles. Si es así lo podré leer. Ya sabrás quién soy hormiga...
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