viernes, 21 de diciembre de 2018

6 de enero

Olga reprendía a su hermana Elena por el hecho de tener que ser ella, al ser la mayor, quien tuviera que utilizar sus delicados deditos para desenredar la maraña de espumillón que había sacado de la lata de Palacios que reinventándose a sí misma, ahora servía año tras año de refugio para los adornos, estrellas, lucecitas y demás cachivaches que solían salir a tomar aire en los días prenavideños.
Elena acudía a ayudar a su hermana, sin dejar muy lejos aquella intrigante historia que sostenía entre las manos, un libro de una tal Pippi Calzaslargas que había sido reeditado por Blackie Books ese mismo año y que no podía parar de leer...En el trayecto iba improvisando pasos de baile con esa postura tan erguida y tan propia de una bailarina profesional que había adquirido en sus clases de ballet desde pequeñita.
-¿Te gusta así, Elena?- decía Olga mientras colocaba en el centro del árbol aquella esfera de papel pintado que tenía un pequeño número en su centro escrito en tinta blanca sobre fondo negro, como si imitara la tiza en una pizarra...
-¡Qué raro que estos adornos estén numerados!-decía Elena como si pensara en voz alta -dice mami que es cosa de la Ana Villegas...
Al fondo, Alfonso preparaba la cena en la cocina mientras decía a las niñas que hicieran una pausa en sus tejemanejes y pusieran la mesa antes de que llegara la mamá.
-Yaaaa vamoooos.
Entretanto la escena fue interrumpida por el familiar sonido de unas llaves que se agitaban tras la puerta de la casa y que anunciaban que mamá llegaba por fin.
-Holaaaa, ¿qué es todo este caos? ¿Por qué no me habéis esperado para sacar todo esto?
-Las niñas, ya sabes, no aguantaban y tú no venías.
-Ayyyy, es que en Pechina las evaluaciones han sido interminables, pero ya estoy aquí, cenamos y seguimos "navideando".
Nunca cenaron tan rápido como aquella noche, incluso recogieron las niñas la cocina en un santiamén impacientes y nerviosas por coronar por fin aquel arbolito con el mejor de todos los adornos que había; lo compraron aquel fin de semana de septiembre en el mercadillo de Rodalquilar. Les encantaba aquella zona, las playas de Cabo de Gata...Las dos pequeñas disfrutaban como mayores de ir de tapicas y como niñas del playeo. Eran días de verano que seguían presentes también en invierno, un invierno que cada vez era más cálido y soportable por aquella zona. La estrella de aquel árbol no era una estrella cualquiera: se trataba de una gran estrella de mar de la que las niñas se enamoraron en aquel rastrillo del domingo. La colocó por fin Elena, subida a hombros de su padre para llegar a la cima del frondoso pino que luciría durante un tiempo en el mejor rincón del salón. Una vez izado aquel astro que brillaba más por su sal que por la purpurina, llegaba el momento culminante. 
-Espera, papi, espera, voy yo a conectarlas-dijo Olga como si el hecho de ser la mayor le diera permiso para inaugurar oficialmente la Navidad en aquella casa. Momento mágico donde los haya era el del encendido de la luces y la niña lo hizo creando toda la expectación que el ritual merecía.
-¿Qué cantas, mami? ¿Qué canción es esa?- preguntó Elena muerta de la risa, al oír a su madre tararear una pegadiza estrofilla que unos conocidos grandes almacenes habían tenido a bien ponerla de sintonía de su anuncio de televisión. Sonaba tal que así:
En ese preciso momento Olga hizo la pregunta del millón:
-Mamá, ¿qué le vas a pedir a los Reyes Magos este año?
-Pues, nada, bueno sí, una cosilla: corazoncitos y nubes...¿Y tú?
-Yo voy a pedirles una brújula dorada...
-¿Una brújula dorada?-preguntó la mamá extrañada- ¿para qué?
-Para ayudar y orientar a los niños y las niñas que lo necesiten como siempre haces tú.



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