domingo, 2 de mayo de 2010

En cualquier estación...


Me preguntaste la hora y te hice un gesto negativo con la cabeza. Tenías una cicatriz _que visualizo después de mucho tiempo cada vez que cierro los ojos más de tres segundos_ justo sobre tu ceja izquierda. Te quedaste mirándome, sólo unos segundos, pero para mí fueron una eternidad; cuando sonreíste y te marchaste, creí que me habías arrancado la respiración para siempre. Fui consciente entonces de que mi corazón latía y parecía ir sustituyendo el sonido del tren que hacía acto de presencia. ¿O estaba yéndose lejos igual que tú? Miré al techo, los cristales de aquella estación estaban sucios, llenos de tiempo, llenos de historias,... y el murmullo intermitente de los caminantes, a paso ligero siempre con prisa en los andenes...¿Podrías conocer cada una de las historias que pasan al cabo del día por una estación? Yo no. Supongo que cuando suben y bajan del tren, su historia se queda para siempre en algún centímetro de la vía hasta que el siguiente las aplasta y las sustituye por otras. Eternamente.
No supe preguntarte nada más, sólo recuerdo tu cara, tu cicatriz y tus manos, eran fuertes, y sostenían un libro...estaba escrito en un idioma extranjero, pero tú no tenías acento de fuera. Da igual, en el justo momento en que me diste las gracias y seguiste tu camino una señora me tocó en el hombro y me dijo que en el aseo se había terminado el papel higiénico...
-Sí, señora, ahora mismo voy...
Cogí mi carrito y me enfundé mis guantes.
Sigo confundiéndote a diario con algún pasajero eventual, y nunca eres tú. O siempre lo eres...

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