El olor era tan familiar...delante de la casa las mujeres reían y gritaban sus conversaciones mientras enjuagaban las tripas con sal, vinagre y limón. Frío, mucho frío. Los hombres charlaban en el almacén en torno a una mesa de madera desgastada, tan desgastada como la costumbre de esos rituales...repetidos tantas veces, y contaban historias, y bebían anís. La gran caldera olía a sangre cocida. Las abuelas daban vueltas a las cebollas para clavar sus afilados cuchillos, las desmenuzaban al compás de sus lágrimas, que no eran de dolor.
Detrás de los corrales, unos niños jugando a ser mayores con la máquina. Fue un despiste, sin más.
-Déjame a mí, ya llevas mucho rato -dijo Ángela mientras retiraba la mano de su prima de la manivela.
Empezó a girarla emulando a los mayores,...fue un descuido, sin más.
El viento jugaba con sus cabellos, la tierra hacía de parche en las perneras del pantalón del pequeño Manuel.
-¿Qué hacéis? Yo también quiero jugar...dejadme probar -mientras se acercaba corriendo.
La niña siguió dando vueltas a la manivela. "La tarara sí, la tarara no, la tarara..." cantaban mientras el sol empezaba a bajar la guardia.
Todo parecía estar sincronizado. La sincronía fue tal, que en la enésima vuelta un grito ensordecedor salió del pequeño Manuel.
Las mujeres se limpiaron las manos rápidamente en los delantales de cuadros; los hombres se levantaron con estupor; los niños...los niños simplemente habían enmudecido; Angelita paró, la manivela paró, incluso su corazón pareció detenerse unos segundos.
-¿Qué has hecho? -le espetó su madre.
En un instante todos se arremolinaron alrededor del niño, que no paraba de llorar.
-Mi dedo, mamá ¡me duele!
-¡La cuchilla! -dijo la señora del pañuelo negro en la cabeza.
Le envolvieron la mano con un delantal, lo cogieron en brazos y se lo llevaron. Angelita asistió perpleja a la actuación...y, de repente, las voces se iban alejando en dirección al encalado cortijo. Miró al cielo entre lágrimas y sollozos, en medio segundo, el sol también la abandonaba y se refugiaba en la montaña. Sola.
Corrió a refugiarse en el pajar. Y allí, estuvo llorando sin consuelo durante más de dos horas. Sola. Fue un descuido. No podía creer que hubiera sido capaz de dejarlo sin dedo...pero, fue un descuido. Lloraba, lloraba y se repetía a sí misma que lo había hecho sin querer...sin querer. Ella no quería hacerle daño a su primito.
No ha olvidado aquel oscuro día, ni la sensación de abandono que experimentó por primera vez en su vida, siendo, como Manuel, una niña inocente que había cometido un error.
¿O fueron los demás? Las risueñas mujeres que lavaban las tripas, los fortachones hombres de sonrojadas mejillas, las abuelas lloronas picadoras de cebolla...Nunca encontró esa respuesta, sólo que hoy, con 59 años, cada vez que cuenta esa historia, no puede evitar sentirse culpable y, siempre, siempre, se le escapan un par de lágrimas...¿será por la cebolla?...
Cada vez me encanta más leerte. Cada vez me encantas más tú.
ResponderEliminarHe vuelto a llorar... las emociones se arremolinan últimamente en mi derredor. ¡Qué miedo me da la Soledad!
ResponderEliminarSabes que no estás solo, no estás solo Renato. Estamos todos contigo. Ha nacido una estrella de los escenarios y tarimas. Un actor. No sabes lo orgullosa que me siento de ti. No estás solo. Nunca lo vas a estar. La vida es así. Te hace llorar.Pero eso no es malo. Me encanta...lo disfruto. Te quiero.
ResponderEliminarSi es que en el fondo, tienes cara de matemática...
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