lunes, 23 de abril de 2012

AFRODITA

Dame mil besos, luego cien, después otros mil, luego cien más, luego mil, después cien; por fin, cuando hayamos sumado muchos miles, embrollaremos la cuenta para no saberla y para que ningún envidioso nos pueda echar mal de ojo cuando sepa que nos hemos dado tantos besos.


Me acerqué mucho, tanto, que a esa mínima distancia tus ojitos eran solo uno, y podía oler ese aroma a fresa en tu piel...un roce suavísimo lleno de sensualidad, lleno de verdad.

-Hueles a fresa- te dije.

-¿Pues no era a chocolate?

-No, ahora hueles a fresa.

¿Cómo puedo explicar esa identificación entre lo que eres para mí y un olor, o un sabor? Dicen que lo que saboreamos sabría diferente si no lo oliéramos antes, o si simplemente no lo oliéramos. Y seguro que es verdad...

¿Por qué un beso tiene olor y sabor? ¿Por qué hago estas asociaciones entre verbos de cocina y verbos de amor? Quizá sea por Afrodita...

Porque seguramente el amor también alimenta, y tu sabor me resulta tan dulce como el chocolate o la fresa, o los dos. Seguramente...

El beso debe ser sonoro. Su sonido ligero y prolongado, se eleva entre la lengua y el borde húmedo del paladar, producido por el movimiento de la lengua en la boca y el desplazamiento de la saliva provocado por la succión.

Un beso dado en la superficie de los labios y acompañado por un sonido como el que hacemos para llamar a un gato, no da ningún placer. Tal beso está bien para los niños, o para las manos. El beso descrito antes (...) provoca una voluptuosidad deliciosa. Te corresponde aprender la diferencia.

 


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