sábado, 22 de mayo de 2010

SER CAPAZ


Miras un baldosa, te das cuenta de que hay un chicle pegado, en la siguiente también. Escuchas el ruido de un claxon, que te avisa de que pares, que está en rojo para ti. Sí. Y paras.
Estabas tan ensimismada en tus pensamientos que no viste que nadie más había empezado a cruzar el paso de cebra. Tú sí. Hasta que te avisó ese conductor; cuando te rebasó con su coche gris, te señaló con el dedo. Te recuerda a tu padre. Lo miras y le pides perdón con la cabeza. Sin hablar, claro.
Ahora cruzas. Y cuando llegas al otro extremo de la calle, oyes tu móvil. Lo buscas dentro del bolso, te paras y lo miras. Es una llamada que llevas esperando mucho tiempo, quizá toda tu vida…y, sin embargo, no te atreves. Miras la pantalla mientras tu dedo pulgar está situado en el botoncito verde de descolgar. Todos te miran, pero nadie te ve. Miras a tu alrededor como si necesitaras que alguien te diera el empujón que necesitas para contestar. Nadie te habla, ni te ve, nadie te está prestando atención. Y no lo coges.
Lo vuelves a meter en el bolso, sigues avanzando y llegas a la esquina de la tienda de relojes. Entras. Sacas el móvil mientras el dependiente te saluda y lo desbloqueas para ver que tienes una llamada perdida. ¿Por qué? Sabes que la tienes ahí, perdida, dentro de tu móvil. El dependiente te pregunta qué quieres y le dices que estás buscando un reloj para un regalo. “¿Para un regalo?…No tienes que hacer ningún regalo”. Estás nerviosa y contestas así…
Compras el reloj y te vas. Un reloj de cuco. Nunca has tenido uno, pero el dependiente te lo vendió bastante bien…
Llegas a tu casa, abres la bolsa y miras el reloj, “¿Dónde lo pondré?”…Lo dejas sobre la mesa del salón y miras otra vez tu móvil. No suena. “Si no te hubieras tomado tanto tiempo…”
Te arrepientes. La noche anterior te dijo que te llamaría cuando estuviera todo preparado, cuando estuviera esperándote bajo el reloj de la catedral, a unos metros de casa. Te esperaría para empezar aquella locura, para escapar de todo, para tener el tiempo que no tenéis…Y no fuiste capaz de hacer otra cosa que comprar un reloj de cuco, y encima descubres que el cuco nunca sale, que está igual de preso que tú, que ese reloj no funciona, igual que tu vida. Y no has sido capaz de dar ese paso…No has sido capaz de buscar tu tiempo en otro reloj. No el de ese maldito cuco que has terminado odiando sin ni siquiera escucharlo cantar…Dos relojes y ningún paso.No eres capaz.

domingo, 2 de mayo de 2010

En cualquier estación...


Me preguntaste la hora y te hice un gesto negativo con la cabeza. Tenías una cicatriz _que visualizo después de mucho tiempo cada vez que cierro los ojos más de tres segundos_ justo sobre tu ceja izquierda. Te quedaste mirándome, sólo unos segundos, pero para mí fueron una eternidad; cuando sonreíste y te marchaste, creí que me habías arrancado la respiración para siempre. Fui consciente entonces de que mi corazón latía y parecía ir sustituyendo el sonido del tren que hacía acto de presencia. ¿O estaba yéndose lejos igual que tú? Miré al techo, los cristales de aquella estación estaban sucios, llenos de tiempo, llenos de historias,... y el murmullo intermitente de los caminantes, a paso ligero siempre con prisa en los andenes...¿Podrías conocer cada una de las historias que pasan al cabo del día por una estación? Yo no. Supongo que cuando suben y bajan del tren, su historia se queda para siempre en algún centímetro de la vía hasta que el siguiente las aplasta y las sustituye por otras. Eternamente.
No supe preguntarte nada más, sólo recuerdo tu cara, tu cicatriz y tus manos, eran fuertes, y sostenían un libro...estaba escrito en un idioma extranjero, pero tú no tenías acento de fuera. Da igual, en el justo momento en que me diste las gracias y seguiste tu camino una señora me tocó en el hombro y me dijo que en el aseo se había terminado el papel higiénico...
-Sí, señora, ahora mismo voy...
Cogí mi carrito y me enfundé mis guantes.
Sigo confundiéndote a diario con algún pasajero eventual, y nunca eres tú. O siempre lo eres...